Lo que se cumplió en la cruz

Texto: 1 Juan 3:8–9

Amados hermanos en Cristo,
Hoy celebramos el Domingo de Ramos, que marca el inicio de la Semana Santa, el tiempo en que recordamos la entrada triunfal de nuestro Señor Jesucristo en Jerusalén, cuando grandes multitudes lo recibieron con ramos de palma en las manos.

En el antiguo Cercano Oriente, la palmera tenía un profundo significado simbólico. Esta planta crece aún en los desiertos más áridos, resiste vientos fuertes como los tornados, y soporta el ataque de plagas. Por su firmeza y resistencia, las palmeras simbolizaban a reyes que permanecían firmes en medio de la adversidad.

Así, cuando el pueblo agitaba ramas de palma al recibir a Jesús, no hacían un simple acto de cortesía: estaban recibiéndolo como Rey, reconociéndolo como su Salvador y Mesías prometido.

Además, muchos extendieron sus mantos en el camino por donde pasaba. En la Biblia, los vestidos muchas veces representan la justicia del hombre.
Como dice Isaías 64:6,
“todas nuestras justicias como trapo de inmundicia”.

Por tanto, al poner sus vestidos en el camino, no sólo rendían honor; simbólicamente renunciaban a su propia justicia, reconociendo humildemente la autoridad del único que es justo: Jesucristo.

El profeta Zacarías había profetizado este momento en Zacarías 9:9:
“He aquí, tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.”

Jesús cumplió esta profecía al entrar en Jerusalén con humildad, montado en un asno.
Y lo primero que hizo al entrar en la ciudad fue ir al templo.
Allí expulsó a los que compraban y vendían, y reprendió a quienes habían convertido la casa de Su Padre en cueva de ladrones.
Jesús declaró:
“Mi casa, casa de oración será llamada para todas las naciones.” (Marcos 11:17)

Este acto nos lleva a reflexionar profundamente sobre nuestros propios corazones.
El templo, según la enseñanza bíblica, representa nuestro interior, nuestro corazón — el lugar donde Dios desea habitar.
Y así como hubo mercaderes corruptos en el templo físico, también en nuestro corazón puede haber ladrón espiritual: Satanás y sus engaños.

Cuando la oración desaparece de nuestro corazón, y lo ocupan el egoísmo y los valores del mundo, dejamos de ser un templo digno para el Señor.

Por eso, el significado verdadero del Domingo de Ramos no se limita a una expresión emocional de alegría.
Es el día en que debemos recibir a Cristo como nuestro Rey y Señor,
y purificar el templo de nuestro corazón para que Él reine plenamente en nosotros.

Dios se agrada de esa adoración sincera — adoración nacida del arrepentimiento genuino y de una entrega total.
Y creo firmemente que Él derramará Su gracia abundante sobre cada corazón que hoy responda así a Su llamado.

Leemos en 1 Juan 3:8:
“Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.”
Esta declaración revela claramente lo que Jesús logró en la cruz.
Él vino a destruir las obras del diablo — el pecado, la muerte, el engaño y la esclavitud —
y como resultado, nos restauró como hijos de Dios.

1 Juan 3:9 describe el fruto de esa redención:
“Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado… porque es nacido de Dios.”

Queridos hermanos, en este día quiero compartir con ustedes tres verdades fundamentales basadas en este pasaje:

I. ¿Cuáles son las obras del diablo?
El diablo fue originalmente un ángel que se llenó de orgullo y quiso igualarse a Dios. Por causa de su rebelión, fue expulsado del cielo. Su misión principal desde entonces ha sido distorsionar la Palabra de Dios y hacer que las personas no crean en Él.

Cuando Dios le ordenó a Adán que no comiera del árbol del conocimiento del bien y del mal, el diablo tentó a la humanidad por medio de la serpiente, diciendo:
“No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.” (Génesis 3:4–5).
Así, el ser humano colocó su propio razonamiento por encima de la Palabra de Dios y, como resultado, cayó en desobediencia.

Hoy en día, el diablo sigue usando las mismas estrategias. Siembra duda en cuanto a la autoridad de la Biblia y promueve filosofías e ideologías que impiden que las personas reconozcan a Jesucristo como su Rey y Salvador.
Un ejemplo claro de esto es la teoría de la evolución, la cual, aunque se presenta como “ciencia”, en muchos casos se basa en premisas filosóficas que niegan al Creador.

El propio Charles Darwin escribió en una carta personal:

“No creo que la Biblia sea una revelación divina, y por lo tanto no creo que Jesucristo sea el Hijo de Dios.”

Esta carta fue subastada en Nueva York en el año 2015 por 197,000 dólares. El alto valor de esta carta refleja su carga simbólica para quienes rechazan la fe en Dios.

Pero nosotros creemos firmemente que todo diseño requiere de un diseñador. Nadie puede crear vida, y sin embargo, cada ser vivo posee una estructura genética extremadamente compleja y precisa. Esta información genética no puede ser producto del azar ni explicarse únicamente por leyes naturales.
Creemos que el universo fue creado según el sabio y perfecto diseño del Dios todopoderoso (Romanos 11:33).

Y entre toda la creación, el ser humano fue hecho a imagen de Dios y comisionado como su mayordomo. Esto significa que el hombre fue creado para gobernar y administrar todas las cosas conforme a la voluntad de Dios (Génesis 1:28).
Para cumplir con esta responsabilidad, Dios sopló en el hombre Su Espíritu (Génesis 2:7).

Así como el cuerpo tiene un código genético, el espíritu humano sólo puede operar correctamente cuando el Espíritu Santo habita en él. Sólo entonces tenemos la capacidad de administrar la creación conforme al propósito divino (1 Corintios 2:12–13).

En contraste, el diablo enseña la mentira de que “cuando el hombre muere, no sucede nada”. Pero la Palabra de Dios afirma claramente:
“Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio.” (Hebreos 9:27)

Cada persona comparecerá un día ante el tribunal de Dios. Aquellos que permanecen bajo el engaño del enemigo y rechazan la verdad serán echados al infierno preparado para el diablo y sus ángeles (Mateo 25:41; Apocalipsis 20:10,15).

Por eso, debemos estar alertas y no ignorar las artimañas del enemigo. Debemos aferrarnos a la verdad de la Palabra de Dios, que es espíritu y vida (Juan 6:63), y que nos hace verdaderamente libres (Juan 8:32).

Y sólo cuando recibimos a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador, y caminamos dirigidos por el Espíritu Santo, podemos vencer las obras del diablo y vivir como verdaderos hijos de Dios.

Ⅱ. ¿Cómo destruyó Jesús las obras del diablo?
Hebreos 11:3 dice:
“Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.”
Esto significa que la fe comienza creyendo que todo el universo fue creado por la palabra de Dios. Por eso, Jesús es quien nos da la fe para creer en esta verdad fundamental.

Tal como afirma Romanos 10:17:
“Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.”
Es al escuchar la Palabra de Dios que nace la fe. Y cuando oímos el mensaje sobre la gracia redentora de la cruz, el Espíritu Santo produce en nuestro corazón la convicción de que Jesucristo es mi Salvador personal.

A través de esta fe, empezamos a discernir las enseñanzas del diablo, a reconocer que son falsas, y finalmente, entendemos que están basadas en mentiras.
Así es como, en los que creen de corazón, las obras del diablo son destruidas.

Desde el principio, todos los seres humanos han sido influenciados por el pensamiento del diablo, lo cual nos ha llevado a desobedecer a Dios.
El diablo siembra soberbia en el corazón humano, incitándonos a poner nuestra propia opinión por encima de la Palabra de Dios.
Pero cuando una persona cree verdaderamente en la Palabra de Dios, la humildad nace naturalmente en su corazón.
¿Por qué? Porque Jesús, el Hijo de Dios, se humilló a sí mismo primero.

Jesús fue obediente al Padre hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2:8). Se rebajó hasta lo más profundo, tomando la forma de siervo.
Quienes siguen su ejemplo de humildad también confiesan que han sido crucificados con Cristo, y así son llevados a una vida de verdadera humildad.
Esta es una de las formas en que Jesús destruye las obras del diablo.

Además, el diablo lleva a las personas a juzgar, difamar y odiar a los demás. Él siembra división, resentimiento y enemistad.
Pero Jesús hizo todo lo contrario: amó incluso a sus enemigos y cubrió sus pecados con su propia sangre.

Cuando estaba en la cruz, Jesús oró:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” (Lucas 23:34)
Con estas palabras, nos mostró un amor verdadero, sacrificial y lleno de gracia.

Ese amor no fue solo palabra, sino una acción concreta expresada en su muerte. Al contemplar ese amor, nuestro corazón cree, y ya no podemos seguir juzgando o condenando a los demás de la misma manera.
Esta también es una forma poderosa en la que Jesús destruye las obras del diablo.

Ⅲ. ¿Qué cambio ocurre en nosotros?
Jesús no solo destruyó las obras del diablo, sino que también transformó nuestros corazones en templos de oración, para que el diablo no pueda seguir operando en nosotros.

La oración purifica nuestro corazón, nos alinea con la voluntad de Dios, y nos da poder para vivir conforme a sus caminos.
Por eso, como enseña la Escritura, debemos orar sin cesar (1 Tesalonicenses 5:17).

En la vida de todo creyente transformado por la gracia de Cristo, deben encontrarse las siguientes cinco confesiones:

Debemos confesar con nuestra boca que la Biblia es la Palabra de Dios, inspirada por el Espíritu Santo.
Como dice 2 Timoteo 3:16:
“Toda la Escritura es inspirada por Dios…”
Por lo tanto, afirmamos su autoridad absoluta y su origen divino.

Debemos reconocer que, si no fuera por la obra redentora de Jesucristo, nuestro destino sería el infierno, y agradecer la gracia que nos permitió creer en Su sacrificio.
Nuestra salvación no es por obras, sino por la gracia de Dios manifestada en la cruz.
Este hecho debe llevarnos a vivir en profunda gratitud cada día.

Debemos dar gracias a Dios por habernos dado Su Espíritu Santo, quien nos capacita para cumplir nuestra misión como mayordomos del reino de Dios.
Sin el poder del Espíritu, no podríamos realizar la tarea que el Señor nos ha confiado.

Debemos confesar que ya no somos siervos del orgullo ni del engaño, sino seguidores de la verdad, guiados por el Espíritu que habita con los humildes.
Santiago 4:6 dice:
“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.”
Ya no vivimos bajo la influencia del enemigo, sino bajo el señorío del Espíritu de verdad.

Debemos reconocer que mientras el diablo siembra acusación, crítica y muerte, Jesús cubre los pecados de los culpables con Su amor redentor. Por eso, debemos orar para ser llenos de ese mismo amor.
Como enseña 1 Pedro 4:8:
“El amor cubrirá multitud de pecados.”
En lugar de juzgar, debemos interceder con compasión por los demás.

Esta clase de oración no nace de nuestra carne.
Nuestra naturaleza humana no desea orar así.
Pero cuando oramos según el Espíritu Santo, esa oración es agradable al Señor.

Y cuando elevamos oraciones así, el Señor derrama Su Espíritu en nuestros corazones,
y el diablo ya no puede operar dentro de nosotros.

Conclusión
Jesucristo nos ha edificado como la casa santa de Dios.
Pero el diablo, mediante el engaño, ha tratado de convertir nuestros corazones en su guarida.
Esto se manifiesta cuando preferimos las enseñanzas del mundo en lugar de la Palabra de Dios,
cuando hablamos mentira, vivimos en orgullo, y caemos en juicio y murmuración contra los demás.

Si queremos recibir verdaderamente al Señor,
debemos quitar nuestras vestiduras, es decir, renunciar a nuestra justicia propia, y postrarnos humildemente delante de Él.
Eso es lo que significa darle la bienvenida a Jesús como Rey.
Y cuando lo recibimos con ese corazón humilde, Él viene y destruye las obras del diablo en nosotros.

Por tanto, debemos permanecer en oración constante,
para que el enemigo no tenga más lugar en nuestro interior.
Entonces, el Espíritu Santo morará con nosotros,
y seremos fortalecidos para vivir una vida verdaderamente piadosa y santa.

Que cada uno de nosotros experimente esta victoria espiritual,
siendo edificados como la morada santa del Señor.
Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos. Amén.

Oración de Compromiso
Señor Jesucristo, que me amaste y me llamaste con amor eterno,
gracias por permitirme meditar nuevamente en lo que lograste en la cruz.
Viniste en humildad a este mundo, y destruiste las obras del diablo,
liberándome del poder del pecado y de la muerte.

Hoy, Señor, rindo ante Ti mi orgullo, mi justicia propia,
mi corazón lleno de mentira y juicio.
Así como el pueblo de Israel puso sus mantos a Tus pies al darte la bienvenida,
yo también pongo a Tus pies mi justicia, y te recibo como mi Rey y Señor.

Dame fe para creer en Tu Palabra,
y guíame para andar en Tu verdad.
Haz de mi corazón Tu santo templo,
y conviértelo en una casa de oración donde Tú reines.

Ya no soy esclavo del enemigo,
quiero vivir como un discípulo humilde de Cristo.

Enséñame a elegir el amor en lugar de la condenación,
el perdón en lugar de la crítica,
la obediencia en lugar del orgullo.

Espíritu Santo, ven y lléname completamente.
Cierra toda puerta por la cual el enemigo intente entrar,
y ayúdame a vivir como un fiel mayordomo del llamado de Dios en esta tierra.

Deseo que el resto de mi vida sea un camino de entrega santa,
siguiendo el amor del sacrificio de la cruz.

En el nombre de Jesucristo, mi Salvador, oro. Amén.

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